«La variabilidad climática interanual se está incrementando y esto implica mayores riesgos para la actividad agropecuaria que produce a cielo abierto. A esto se suman cambios bruscos intraestacionales, que pueden ocurrir dentro del período de crecimiento de las pasturas, por ejemplo, algo importante porque ya hicimos la inversión y tenemos que ver cómo aminorar impactos», planteó el Ing. en Prod. Agr. Pablo Mercuri, Director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA, en el primer seminario virtual organizado por el laboratorio CDV. Y aclaró: «Esta variabilidad no es algo nuevo, pero con el cambio climático está exacerbada. Los fenómenos extremos son hoy más frecuentes, nos toca convivir con ellos y gestionar nuestros sistemas para mejorar la productividad en forma sustentable».
Qué dicen los datos
Para medir el clima, en primer lugar están los datos observados, como los que se toman con un pluviómetro en el campo. Luego, los que se recolectan en una estación meteorológica, que se traducen en series y posibilitan evaluar tendencias durante períodos prolongados. En cuanto al clima del futuro, hay modelos que permiten preverlo a muy largo plazo, contemplando distintos escenarios, aunque para muchas variables las predicciones comienzan a mostrarse ya en nuestros días.
«Todos los modelos proyectan que, en los últimos 30 años de esta centuria (2070 a 2100), habrá zonas en las que disminuirán las precipitaciones y otras en las que se incrementarán. Así, se sabe que faltará agua en la zona cordillerana, algo que hoy está ocurriendo, con impactos en la región productiva del oeste del país, semiárida y árida», explicó el investigador, pormenorizando que los datos observados en el territorio van en línea con los escenarios que anticipa el cambio climático.
Otra característica aparejada al cambio climático es que hay más días consecutivos sin precipitaciones, que llevan a situaciones de déficits prolongados de humedad para los cultivos. «El año pasado, entre agosto y abril, hubo tres períodos largos sin lluvias, en toda la región productiva. Fue titular de diarios porque es la estación de mayor crecimiento de los pastos», recordó.
En tanto, analizando series largas se observa que los ciclos secos y húmedos presentan cada vez mayor variabilidad, no sólo entre décadas sino también entre años y estaciones. A su vez, «hay certeza científica de que el cambio climático incrementa los fenómenos extremos», aseguró.
Desde el establecimiento agropecuario, «nos tenemos que enfocar en esta variabilidad exacerbada entre distintas escalas de tiempo”, anunció Mercuri, aludiendo a que los productores están acostumbrados a trabajar con datos promedio de la zona y desvíos estándar, pero estas estadísticas enmascaran los fenómenos extremos. “Tenemos que aprender a trabajar con nuevos indicadores que contemplen esta realidad”, subrayó.
En el terreno
El cambio climático también produce anomalías en los cursos de agua. «Sólo alcanza con observar el contraste entre la creciente del Paraná de enero de 2016 (pleno Niño) y la bajante registrada desde diciembre de 2019. Lo que vemos hoy no sólo es extraordinario por la disminución de caudales en los principales puertos, sino por la persistencia del fenómeno, que por el momento se prologará«, advirtió.
Una cuestión clave en la planificación agropecuaria es el régimen de heladas, que igualmente se está modificando. «Los inviernos son más benignos y se acortan los períodos entre la primera y la última helada. Entonces, hay que reconsiderar el riesgo de estos eventos», manifestó Mercuri, presentando información histórica elocuente al respecto.
«En la década del ’30, en el norte de Buenos Aires, teníamos 148 días promedio libre de heladas y 42 eventos por año. En los años 2000, esos datos se ubican en 108 días y 23 sucesos anuales, respetivamente», sostuvo.
Sin embargo, prosiguió, «si recuerdan el último invierno, fue muy significativo en cuanto a cantidad de heladas y período libre de la mismas. Son sorpresas que nos da el clima, que hay que seguir de cerca porque se acorta la estación de crecimiento de los cultivos».
Algo similar ocurrió con las lluvias. «El año pasado era neutro, pero tuvimos períodos significativos sin lluvias. Hay que empezar a considerar estos cambios bruscos en la planificación forrajera», dijo el investigador, enfatizando que esta mayor incertidumbre requiere incorporar el riesgo del clima en la gestión del establecimiento agropecuario.
Frente a este escenario, desde el INTA, la FAUBA y otros organismos públicos se elaboran 27 índices agrometeorológicos para los sistemas productivos del país buscando contribuir a la toma de decisiones de los productores.
«Toda la información es pública y gratuita. Un ejemplo es el índice que nosotros llamamos de ‘noches cálidas’, relacionado con las temperaturas de confort para el ganado de distintas razas y regiones», afirmó Mercuri, pormenorizando que se trata de un indicador disponible entre diciembre y marzo, que anticipa el estrés térmico al que podría estar expuesto el ganado durante el día y estima el período de tiempo necesario para recuperarse por la noche.
Otra cuestión importante para las decisiones climáticamente inteligentes es el momento en que se toman. «A veces el productor compra la semilla cuando aún es difícil saber cómo vendrá la campaña. Pero si finalmente es un año Niño puede incrementar la densidad de siembra, si es neutro mantenerla y si es Niña disminuirla. Lo mismo se puede hacer con cada variable agronómica, hay herramientas de adaptación», aconsejó.
¿Que se prevé para la próxima campaña? «La temperatura del Océano Pacífico ecuatoriano es el gran regulador de nuestro clima, ya que marca la entrada de un evento Niño o Niña en los próximos meses. En concreto, define sequías o precipitaciones en exceso en el Cono Sur. Por lo pronto, esa temperatura se mantiene en valores normales y continuará así durante el resto del otoño y gran parte del invierno. O sea que habrá condiciones normales«, aseguró. ¿Qué ocurrirá luego? “Lo que más deseamos es poder dar respuesta a esta incertidumbre pero hay una barrera técnica para ello. El momento certero, con fundamento científico, es a mitad de año”, precisó.
En la ganadería
Para Mercuri, el principal criterio de adaptación que deben contemplar los sistemas ganaderos ante la variabilidad climática es la gestión del agua. «En cada decisión hay que mirar cuánta agua tenemos en forma superficial y cuánta, en profundidad. Esto es importante no sólo para los granos forrajeros sino también en un lote de pasturas ya que nos permite conocer cuál es el rebrote esperado», indicó, citando que para ello se dispone de un informe diario sobre agua en el perfil en las principales regiones productivas.
«En zonas donde se prevén déficits hídricos, habría que comenzar a elegir variedades de mejor enraizamiento que puedan aprovechar el recurso en profundidad. El agua del suelo es como el banco central del campo», argumentó. Y opinó: la ganadería tiene que poner más atención en la gestión del agua y la planificación de reservas como para afrontar cambios bruscos del clima, que en variables como la temperatura o las lluvias, de menor impacto relativo».
¿Estaciones meteorológicas en los campos? «Las instituciones como el INTA, la FAUBA y el Servicio Meteorológico Nacional, hacen mediciones de datos primarios, pero hay que tomar datos in situ, en cada sistema de producción. Se puede empezar con una herramienta simple, como un pluviómetro y una probeta, hasta instalar estaciones meteorológicas automáticas, hay un enorme abanico de opciones al respecto. Para poder tomar decisiones inteligentes, tenemos que hacer agrometeorología de precisión», finalizó.
Por Ing. Agr. Liliana Rosenstein, Editora de Valor Carne
Publicaciòn de «Valor Carne» de fecha 11-05-2020