Una experiencia del INTA Pergamino integró forrajeras de alta digestibilidad a las cosechas de granos durante cuatro años. Aún con faltante de lluvias, produjo 3.500 kg de MS/año y más de 300 kg/ha de carne, emitiendo menos metano entérico por kilo ganado que las referencias internacionales. Un respaldo a la eficiencia pastoril.
Ing. Agr. Juan Mattera.
Si bien cada vez hay mayor interés en pastorear los cultivos de servicio para obtener una renta, existen pocas evidencias sobre la capacidad de mantener los beneficios ambientales de esta práctica. En este contexto, los Ings. Agrs. Juan Mattera y Silvina Restovich, del INTA Pergamino, coordinaron un estudio durante cuatro años donde no sólo se cuantificó la producción de carne sino también los nutrientes del suelo y la emisión de metano entérico, que representa el 55% del total de gases contaminantes del agro.
En diálogo con Valor Carne, el investigador analizó la experiencia que valoriza la ganadería pastoril y brindó pautas para aprovechar la información a campo.
“Muchas estrategias para bajar la intensidad de las emisiones se basan en la suplementación, dada la mayor digestibilidad de la dieta, que redunda en menos metano entérico generado por kilo de ganancia de peso, un indicador de contaminación a nivel internacional. Sin embargo, en nuestro ensayo los animales se alimentaron exclusivamente a pasto y se logró el mismo objetivo”, planteó Mattera, señalando que estos resultados mejoran el posicionamiento de los sistemas pastoriles frente al desafío del cambio climático.
La experiencia
La idea fue integrar la ganadería a los cultivos de cosecha en planteos sustentables. Se trabajó desde 2018 a 2021 – período atravesado parcialmente por una sequía extrema- rotando soja o maíz con cultivos de cobertura, que se pastorearon en parte con novillitos británicos -en dos ciclos- dejando la otra como testigo.
“Elegimos una mezcla de raigrás anual, vicia, nabo forrajero y trébol persa para que cada especie pudiera brindar un beneficio complementario en el sistema”, apuntó. En tal sentido, el raigrás anual tiene raíces en cabellera y colabora en la estructura del suelo, la vicia y el trébol aportan nitrógeno a través de la fijación biológica, y el nabo forrajero desarrolla una raíz pivotante gruesa que funciona como descompactadora.
La producción de forraje año a año fue similar a la de un verdeo de invierno, entre 3.000 y 4.000 kg de MS/ha. “De cualquier modo el pastoreo fue más liviano, los animales consumieron entre un 60 a 70% del total, de modo que quedara biomasa remanente. Además, en el último año de la experiencia, dada la sequía extrema, el cultivo de cobertura se dejó de aprovechar más temprano, en septiembre, y se sembró maíz tardío logrando una buena cosecha: 12 mil kg/ha”, contó.
¿Qué pasó con la ganancia de peso? “Fue fantástica, arriba del kilo por animal/día sin suplementación, en los cuatro años”, reveló Mattera, argumentando que esto va en línea con la alta digestibilidad del forraje. “Además, con un pastoreo de intensidad intermedia, el animal va seleccionando las especies que consume y esto también incrementa la calidad de la dieta”, sostuvo.
Así las cosas, la producción de carne superó los 300 kg/ha/año y en algún año pasó los 400 kg.
¿Y los servicios ambientales? Al inicio del tercer año, se monitoreó el contenido en nutrientes hasta los 30 centímetros de profundidad. “A pesar de los aprovechamientos previos del forraje, el carbono y el nitrógeno fueron similares con y sin pastoreo, o sea, no se perdieron los beneficios del cultivo de cobertura. Es más, el fósforo aumentó en superficie, un hallazgo que tiene que ver con la recirculación de nutrientes a través del consumo y el bosteo”, describió.
En síntesis, en lo que hace a ganadería, todos los años se midió la producción de forraje y de carne; en el tercer año, los nutrientes del suelo y en el cuarto, la emisión de metano entérico.
¿Por qué midieron metano un sólo año? “Es complejo cuantificarlo en pastoreo, por eso es muy poco lo que se hace en el país. Los índices que se toman como referencia a nivel internacional están vinculados al consumo, es decir, cuánto emitió un animal en relación a cuánto pasto comió. Entonces, es necesario medir ambos parámetros”, respondió Mattera, resaltando que, con la metodología aplicada en este estudio, los datos son muy confiables.
“Utilizamos unos bolos que llevan un marcador de consumo -óxido de titanio- y luego tomando muestras de las heces vemos la dilución de esa sustancia y en función de eso calculamos cuántos kilos de materia seca ingirió el animal”, explicó. En cuanto a la medición de metano, se usa otro marcador -hexafluoruro de azufre- contenido en cápsulas colocadas en el rumen y mediante unos tubos colocados al costado del hocico se colectan los gases durante una semana, lo cual arroja cuántos gramos de metano emitió ese animal en forma diaria.
Después, esa evaluación global se lleva a intensidad de emisiones, que son gramos de metano emitido por kilo de ganancia de peso. “Es una unidad muy interesante porque nos permite estimar si un sistema es más eficiente que otro. Es posible que un animal en términos absolutos emita más pero cuando uno lo relativiza a la ganancia de peso está emitiendo con menor intensidad. Y esto va asociado a mejores dietas”, subrayó.
Cobertura versus pastura
Finalmente, el equipo de investigadores dio un paso más y en agosto del 4º año comparó la digestibilidad del cultivo de cobertura con la de una pastura base alfalfa, a fin de calcular el metano entérico emitido con ambos recursos.
“El cultivo de cubertura, con tasas invernales de crecimiento muy buenas, con la vicia a full, tenía un 73% de digestibilidad, mientras la pastura, que no estaba en su época óptima, tenía mucha festuca y material muerto, solo alcanzaba al 64%”, especificó. Y aclaró: “Esto es un dato puntual, una foto. Si uno continuara el estudio hacia septiembre, octubre, ambos recursos se emparejarían, pero nosotros lo medimos ahí porque el cultivo de cobertura aporta principalmente en este momento”, advirtió.
Para Mattera acá se llega al nudo de esta experiencia. “Estos animales en recría, de aproximadamente 300 kilos, con distintos cultivos forrajeros tuvieron un consumo (9kg MS/día) y una ganancia de peso (1,1 kg/día) similares. El dato más interesante es qué pasó con las emisiones”, señaló.
El cultivo de cobertura emitió menos en forma global y en intensidad por su mayor digestibilidad. ¿Cuál es el mensaje de fondo? “Bueno, con ambos recursos los animales tuvieron muy buen desempeño, con emisiones por debajo de los estándares utilizados para los inventarios internacionales”, afirmó. Y reveló: “Si uno analiza el factor Ym (metano entérico en función de la energía bruta consumida), el cultivo de cobertura presenta 0,04 y la pastura 0,06, mientras los valores de referencia son de 0,065, o sea, que se logró un factor menor”.
¿Cómo puede aprovechar el productor esta información? “En el invierno puede pastorear el cultivo de cobertura con buenas ganancias de peso y bajas emisiones, y luego entrando en la primavera combinarlo con la pastura. Entonces el combo productividad y sustentabilidad cierra”, aconsejó.
Para finalizar Mattera destacó que “integrar la ganadería a los sistemas agrícolas permite producir buena cantidad de carne, dejando una renta para el productor y resultados positivos en los indicadores ambientales”.
Por Ing. Agr. Liliana Rosenstein, Editora de Valor Carne
El equipo de investigadores
De INTA Pergamino: Dr. Juan Mattera, Dra. Silvina Restovich, Ing. Agr. M.Sc. Ezequiel Pacente, Ing. Agr. M.Sc. Omar Scheneiter, Ing. Agr. M. Sc. Isabel Cattoni. Ing. M.Sc. Jonatan Camarasa. De INTA Castelar: Dra. María Cerón-Cucchi, Dr. Abimael Ortiz-Chura, Ing. Ricardo Bualó. De UTN: Dr. José Ignacio Gere; de Gentos: Ing. Agr. Lucas Garro.
Publicación de «Valor Carne» de fecha 07-09-2023